Capítulo 13: Nusa Penida
24 Jul 2024. Nusa Penida.
El día 20 por la tarde nos fuimos de Bali, fuimos hasta el puerto en Sanur y cogimos un baquito para ir hasta Nusa Penida, otra isla al sureste de Bali. Tardamos casi una hora y al llegar, confirmamos lo que nos temíamos, en Nusa Penida no funcionan las apps de Grab y Gojek, así que tuvimos que empezar a jugar al juego del regateo para que algún taxista nos llevase hasta nuestro hotel. Nos llevó un chico por casi 10€, bastante más caro de lo que estábamos acostumbradas en Bali. Al subirnos al coche, nos dimos cuenta de que el conductor no tenía la pequeña ofrenda que todos los conductores tenían en Bali en el coche, así que comprendimos que no era hinduista sino musulmán porque en Nusa Penida hay muchos musulmanes también. Todas unas observadoras nosotras. El trayecto fue horrible, las carreteras están destrozadas en la isla, hay muchas subidas y bajadas bruscas y apenas hay espacio para que dos coches pasen al mismo tiempo. Diría que fue el día que más en peligro estuvimos en carretera porque aparte de que las condiciones no eran ideales para conducir por allí, nuestro taxista conducía como una potra salvaje. Después de 40 minutos, llegamos. Yo estaba convencida de que había reservado el hotel en la única parte de la isla en la que había algo de movimiento, algunos restaurantes y cafeterías porque yo ya había estado allí el año pasado y sabía que apenas había nada en la isla. Pues bien, no sé si leí mal por Google o que mi orientación en el mapa me falló, pero la cuestión es que nuestro hotel estaba en el quinto pino en mitad de la nada. Ya estábamos empates Maido y yo porque ella se había encargado de reservar el de Ubud y le había pasado prácticamente lo mismo, el hotel perdido en medio de la nada. Maido 1-Julia 1.
Como ese día llegamos tarde y no teníamos ninguna otra opción accesible cerca, cenamos en el restaurante del hotel y nos acostamos pronto porque la noche anterior habíamos salido en Ubud y estábamos hechas pedazos. Habíamos contratado ya a un taxista, obviamente no a la potra salvaje, para que viniese temprano al día siguiente a recogernos para ir a visitar varias playas de la isla.
Al día siguiente nos recogió nuestro taxista y empezamos el recorrido. Las distancias en la isla no son cortas porque es bastante amplia y con las condiciones en las que se conduce, el tiempo de los trayectos se hace interminable. Fuimos primero a Broken beach, que es una zona de acantilados bonita pero sin playas en las que estar y bañarse. Hicimos como los miles de turistas que había allí, 4 fotos y nos fuimos. Cuando estuve allí el año pasado, no había prácticamente nadie, recuerdo haberme cruzado con unas 5 o 6 personas y aquel día parecía que había una feria allí montada. Sigo alucinando con cuánto ha cambiado esta zona en tan poco tiempo y cuánto ha aumentado el turismo.
Después fuimos a Kelingking beach, que es la más famosa de todas y la que sale en Google si escribes Nusa Penida. Las vistas desde arriba de esa playa son alucinantes aunque cuando hay 264748483 turistas más al lado tuyo intentanto sacarse la foto perfecta, el encanto se pierde inevitablemente. El verdadero encanto de esta playa está abajo, en la playa en sí, porque solo los valientes son capaces de bajar hasta abajo, así que una vez allí, te deshaces de 264748480 turistas. La bajada es bastante complicada, primero son escaleras pero luego son piedras y prácticamente tienes que escalar hacia abajo. Además, hay muchas zonas en las que no caben dos personas, así que se forma un bloqueo cuando coincide la gente que baja con la que sube. Tardamos en bajar a la playa unos 40 minutos. Llegué abajo sudando como un pollo y agotada de la tensión de bajar con tanta pendiente. Sin pensarlo, me fui al agua directa a pesar de que había unas olas bastante grandes. Después de unos minutos, cuando ya me había refrescado, quise salir del agua, pero no podía. Las olas eran tan fuertes que me era imposible nadar hacia afuera y además, como estaba cansada por el esfuerzo de la bajada, tampoco tenía mucha fuerza para nadar a contra marea. Desde dentro le gritaba a Maido que no podía salir y ella me gritaba que aprovechase la fuerza de las olas para que me empujasen hacia afuera. Lo intenté varias veces pero igual que me empujaban hacia afuera, cuando volvían, me metían de nuevo hacia adentro y encima, como tenía que colocarme justo en la ola cuando rompía, que es cuando más me podían impulsar para afuera, me revolcaban bajo el agua y me dejaban sin respiración porque de lo nerviosa que me estaba poniendo no podía ni coger el aire bien. Por fin logré coger un par de olas que me empujaron hacia afuera y Maido y un chico que había por allí, entraron un poco y me cogieron de la mano y me sacaron del agua. Menos mal que todo quedó en un susto. Cuando llegué a la toalla, aún con las piernas temblorosas, me di cuenta de que había una bandera roja y de que solamente había un chico bañándose en toda la playa. Me sentí una irresponsable pero ya no había vuelta atrás. La próxima vez seguro que tendré más cuidado.
La playa es muy bonita y se está muy a gusto porque hay muy pocas personas pero nuestro conductor nos esperaba arriba para ir de vuelta a casa, así que no pudimos relajarnos y disfrutarla como nos hubiese gustado porque no queríamos hacerlo esperar mucho más y porque estábamos un poco amargadas pensando que todo la bajada que habíamos hecho luego sería la subida. Aun así, podremos decir que hemos bajado a la playa de Kelingking por nuestro propio mérito y no en el ascensor que están construyendo allí para todos esos que no son tan valientes. Ver la grúa allí me puso de mal humor, el ascensor va a arruinar el espectáculo de paisaje que se ve y la privacidad que hay abajo en la playa, que es gran parte del encanto. Hartas de coche, de dar botes en la carretera, de esquivar a motos y a coches para no estrellarnos, llegamos al hotel. Los trayectos no habían tenido nada que ver con los trayectos que había hecho yo un año atrás en moto con Luca y sin apenas ninguna otra moto o coche por las carreteras, disfrutando de la calma y los paisajes de la isla.
Al día siguiente me desperté sintiéndome mal de la barriga, me notaba hinchadísima, con náuseas y la barriga de vez en cuando me daba unas punzadas que me moría de dolor. Lo tenía claro, tenía "Bali belly", que es como se le llama de manera graciosa (aunque de gracia nada) a la intoxicación alimentaria que es común para los turistas aquí. Pues arriesgando con mi Bali belly, me monté de nuevo en el coche con Wayang, nuestro taxista, y nos dispusimos a hacer la segunda excursión por la isla. Fuimos a Diamond beach y a Atuh beach, está una al lado de la otra y también son muy populares, ambas tienen vistas preciosas desde arriba y se puede bajar con algo de dificultad, aunque no tanta como en Kelingking, para disfrutar de la playa. Nosotras bajamos a la playa de Atuh, que es la más fácil de acceder, y nos alquilamos unas tumbonas allí con vistas a un mar azul turquesa que parecía que tenía filtros. Yo estuve escribiendo mi blog y aunque mi barriga me seguía dando punzadas de vez en cuando, parecía que se estaba portando bien y me estaba dejando pasar un buen día. Decidí comer porque no había desayunado y estaba hambrienta, así que me pedí arroz blanco y pollo asado. Me lo comí y parecía que me había sentado bien. Me quedé dormida después de comer y cuando me desperté, ya era algo tarde y Wayang nos seguía esperando arriba para llevarnos de vuelta al hotel, así que decidimos ponernos en marcha. Al levantarme de la tumbona me dio un apretón. Menos mal que ya había ido al baño antes y sabía exactamente dónde estaba porque no tenía ni un minuto que perder. Caminando todo lo deprisa que podía con las piernas medio juntas y evitando dar un paso en falso, llegué al baño. Justo a tiempo. El baño no tenía váter, era un agujero en el suelo, estaba asqueroso, aquello nunca lo había limpiado nadie. Todo estaba negro y con moho por todas partes, olía a diablos y, para colmo, una colmena de abejas justo delante de mí. No voy a dar más detalles pero obviamente con mi apretón de Bali belly yo tampoco contribuí a mejorar aquello. Al terminar, eché 3 o 4 cazos de agua del cubo que tenían allí puesto a modo de cisterna y salí de allí muy digna, como si nada de eso hubiese pasado y con un par de kilos menos. Al trayecto de vuelta, aparte de la tensión por la conducción, hubo que sumarle la tensión de no saber si iba a tener otro apretón. Por suerte, llegamos sanas y salvas, en todos los sentidos. Aquel día lo más seguro para mí era quedarme cerca de un baño, así que prácticamente ya no me moví más de la habitación y menos mal, porque tuve que hacer varias paradas obligatorias por el WC.
A la mañana siguiente me desperté sintiéndome mucho mejor, así que decidimos ir a hacer una excursión de snorkel. En la lancha de camino al punto donde íbamos a ver mantas gigantes, se apreciaban muchas de las playas y acantilados que habíamos visto los días anteriores pero esta vez desde dentro del mar. Tardamos una hora en llegar al punto del snorkel pero entre los botes de la lancha que me tenían entretenida y el paisaje, se pasó en un periquete. Llegamos al punto exacto donde se ven las mantas y había unas 20 lanchas más, se veía una cantidad impresionante de gente haciendo snorkel. Nos pusimos las gafas, tubo y aletas y al agua pato. Nada más entrar en el agua vimos alrededor de 4 mantas gigantes, la boca era enorme, de un bocado podían tragarme perfectamente. También había muchísimos peces de colores y de nuevo volví a alucinar con lo lejano y maravilloso que es el mundo marino. Estaba disfrutando a medias porque ver a esas mantas y todos esos peces me parecia chulísimo pero había demasiada gente allí, te daban patadas con las aletas constantemente y había un olor a gasolina insoportable de todas las lanchas que había alrededor nuestra. Me sigo preguntando qué les darán a esas mantas para que sigan allí y no hayan huido ya a otro sitio donde las dejemos en paz. Después nos llevaron a otro punto para seguir con el snorkel pero yo entre que no estaba todavía muy bien del estómago, el olor a gasolina y los botes de la lancha tuve que cambiar las gafas y las aletas por una bolsa para vomitar, pero por suerte, como tenía el estomago vacío, no tuve que usarla.
Me sentía fatal, mareada y con náuseas, así que cuando la lancha paró en la orilla a la vuelta, me bajé de ella como si estuviese en llamas y corrí a sentarme a la sombra. Poco a poco me fui recuperando hasta tal punto que me permití el lujo de pasarme la dieta blanda por el forro y pedirme una pizza hawaiana, sí lo has leído bien, hawaiana, me encantan. Después nos quedamos por la orilla en una playa que ni siquiera sé el nombre en un local con colchonetas en el que pasamos toda la tarde disfrutando de unas vistas muy chulas, tanto hacia el mar como hacia dentro del local, que tenía una decoración super guay. Conocimos a unas chicas españolas, luego a unos chicos españoles y a un francés y estuvimos cenando con ellos y hasta hicimos el intento de salir de fiesta pero se quedó solo en el intento porque en Nusa Penida no hay nada, así que cantamos un par de canciones en un karaoke y a dormir.
He de decir que Nusa Penida me ha decepcionado, la otra vez que la visité estaba mucho más verde porque era temporada de lluvia, así que los paisajes me resultaron más bonitos, había mucha menos gente, así que todo se disfrutaba el doble e ir en coche porque no sabemos/atrevemos a coger la moto, sin lugar a dudas, le quita mucho encanto a la experiencia. Es bastante más caro que Bali y la gente, aunque son muy agradables también, no están a la altura de los balineses. Por último, tener el hotel en mitad de la nada y depender de un conductor para moverse es una limitación que claramente también ha influido para que Nusa Penida haya sido lo que menos me ha gustado hasta ahora. Pero para compensar, ahora mismo estamos en Gili Trawagan y estoy rebosando de alegría, me está pareciendo una maravilla, ya te contaré por qué en el próximo capítulo.
Dive Resort.
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